Desde 1976, con la dictadura, el Estado modificó su forma de actuar (fin de la industrialización por sustitución de importaciones). Bajo una concepción que articulaba política y economía se dio lugar a un Estado que destruía la producción nacional y el poder de los sindicatos por un lado y reprimía y secuestraba a quienes se oponían al régimen/ modelo, por otro. El modelo era el resultado de una alianza entre sectores burocráticos civiles y militares, el capital transnacional con actividad en el país, y ciertas capas acomodadas agrarias y urbanas; y desde ahí se incorporaron sectores medios y obreros que fueron acordando con la dictadura. El Estado se hizo muy fuerte pero para permitir una economía mucho más abierta, en el marco de una indiscutible estrategia de disciplinamiento social.
Pasado el paréntesis de Alfonsín que tuvo al Estado en un confuso penduleo, durante el gobierno de Menem se recreó aquella alianza, así se conformó una comunidad de negocios entre el capital trasnacional, la banca extranjera acreedora y los grupos económicos locales que dominaban los principales resortes políticos del país. Durante los noventa, en el marco de la reforma del Estado y el Plan Brady, esta comunidad se alzó con los beneficios de la privatización de los servicios públicos, la crema de los negocios en la Argentina hasta 2002 (por lo menos).
El gobierno de Menem tuvo una fuerte y exitosa estrategia de alejar al Estado de las necesidades sociales, convirtiéndolo principalmente en rehén de los intereses del capital transnacional y propiciando una ingente transferencia de ingresos desde los sectores populares hacia los concentrados de la economía (forzando el 1 a 1 hasta donde la sociedad lo toleró). Así, el Estado tuvo un rol central en el desmembramiento productivo argentino, en la expulsión de la mano de obra, en el aumento de la desigualdad social, en la precarización de la salud, la educación, la seguridad y el bienestar social en general. Tanto por sus omisiones pero especialmente por sus acciones. Porque el mercado sólo puede erguirse como principal asignador de recursos con política (ver Polanyi). Es la política la única que puede cambiar el rol del mercado en el desarrollo, cosa que parece contradictoria pero no lo es. Es el gobierno el que toma decisiones políticas para conducir el Estado hacia uno u otro camino. Es el Estado el que construye un contexto pro (!) mercado, no al revés.
La desregulación de los distintos sectores (financiero, laboral, productivo) no le otorgó el control de ellos al mercado (el eufemismo por antonomasia de los noventa). Lo que ocurrió con esta política, con esta decisión política tomada por las autoridades nacionales, es que en cada sector se hizo cargo de su control el agente económico más fuerte del mismo. Así fue como la banca extranjera, las empresas transnacionales y los grupos locales funcionaron como reguladores de sus distintos sectores, en sintonía entre ellos (imponiendo condiciones, normas, precios, logística, escala, etc.). En este sentido no es menor mencionar que en el sector de los medios de comunicación, a falta de una intervención fuerte del Estado a través de una regulación fuerte, es Clarín (y algunos otros grandes medios) quien funcionaba como regulador del sector (cosa que podría cambiar con la Ley de SCA). Normalmente estos agentes se "comen" a los chicos en ausencia de la intervención estatal. Por eso la regulación del Estado tiene una importancia mayúscula para equilibrar e igualar todos los sistemas.
En efecto, hay un verdadero hilo conductor, un eje neoliberal, entre la dictadura, Menem, los agentes concentrados del sector privado y Macri, que tiene como lugar común la intención de alejar el Estado del –o reaccionar frente al- bienestar social y la distribución del ingreso, permitiendo que los más grandes se hagan más grandes y los chicos desaparezcan. Se trata de una política que copia a Papá Noel: los regalos mejores y más grandes son para los que más tienen.
Hernán P. Herrera
Dic. 2010
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